Introducción al libro A toda vela: Memorias de Rafael Hernández Colón 1985–1992 redactada por Rafael Hernández Colón entre 2017 y 2019.
El 2 de enero de 1993 terminé mi último mandato como gobernador. Los enormes cambios que iban a ocurrir durante las tres décadas siguientes en el mundo y en Puerto Rico no eran imaginables. La revolución informática le imprimió una velocidad inusitada al cambio en todos los órdenes del quehacer humano. La tecnología, los teléfonos móviles e inteligentes, el internet, los satélites, ensancharon nuestro espacio vital, convirtiéndolo en uno virtual de intercambios inmediatos de información, de imágenes y de sonido. Se produjo un torbellino de cambios de la magnitud de los ocurridos con motivo de la revolución industrial. Estamos en un mundo y un Puerto Rico cambiado. Una nueva época en la historia de la humanidad.
Estos cambios tecnológicos y el final de la guerra fría trajeron la globalización, un estado de cosas donde el capital se desplaza por todo el planeta y se puede producir cualquier cosa, en cualquier país, para venderla en mercados abiertos a lo largo del globo. Esto desplazó miles de empleos de los países desarrollados a los países en desarrollo. A la vez redujo la capacidad de atracción de nuevas inversiones generadoras de empleo en Puerto Rico. La derogación de la Sección 936 del Código de Rentas Internas de los Estados Unidos redujo esa capacidad aún más. Perdimos una ventaja competitiva para atraer nuevas inversiones de otros países u otras regiones de Estados Unidos. Su entrega en el 1995 le produjo un daño enorme al país. Se secó la fuente de buenos empleos, duraderos y bien pagados. En adelante la mayoría de los nuevos empleos han sido de corta duración y mal pagados. Al agotarse la corriente de inversiones, se produjo una recesión, que perdura al día de hoy, que impactó al fisco de tal manera que hizo imposible el pago de la deuda pública. El Congreso creó una Junta de Supervisión, Gerencia y Estabilidad Económica y le proveyó al Gobierno y sus instrumentalidades un acceso a la Corte de Quiebras. La soberanía del Gobierno electo por el pueblo se encuentra subordinada a los procesos que regentan la Junta y la Corte para la rehabilitación del fisco y el retorno a los mercados financieros.
Con la globalización la riqueza se concentró más y más en lugares de pujanza económica como Nueva York o Silicon Valley en California. La especulación financiera desplazó a la economía real. Aumentaron las escandalosas desigualdades. La pobreza contrapuesta a un exceso de riqueza generó serias tensiones. En Puerto Rico y otros lugares se incrementaron las dificultades para salir de la inercia económica y de la pobreza. Regiones de la economía de Estados Unidos como la región de Detroit en Michigan o la región de Scranton en Pensilvania quedaron estancadas.
Al terminar la guerra fría en 1989 parecía que entrábamos en una época de hegemonía de Estados Unidos como la única superpotencia. La democracia ganaba terreno en todos los continentes y el libre comercio se afianzaba. Esto duró poco. Estados Unidos intentó imponer la democracia en el Medio Oriente y fracasó. Las diferencias religiosas vistas desde la óptica de ciertos grupos islámicos fundamentalistas dieron lugar al terrorismo y continuaron las guerras. El orden internacional asentado sobre principios liberales y el multilateralismo cambió hacia un mundo con líderes de corte autoritario y naciones que persiguen sus estrechos intereses sin restricciones significativas. China emergió como una potencia económica primaria a la vez que se insertaba en la dinámica capitalista y mantenía su régimen autoritario. No se percibe un orden mundial que asegure la libertad, la prosperidad y la sustentabilidad. El mundo es menos seguro, más inestable y menos predecible. Vivimos con mayor contingencia, mayor volatilidad en lo político y en lo económico, hay menos certidumbre, menos estabilidad.
La globalización distribuyó el empleo de los países desarrollados a través del planeta cerrando un poco las diferencias económicas mundiales, pero se creó un resentimiento en la clase trabajadora de los países más desarrollados. La tecnología también redujo el empleo en esos mismos países. Todo esto generó un rechazo visceral a las emigraciones provenientes de los países menos desarrollados, lo cual ha dado lugar en Estados Unidos a un populismo nacionalista y autoritario que está quebrantando el respeto a los derechos humanos y los tratados integradores del comercio internacional que están evolucionando hacia tratados de bloques regionales. Su sistema de gobierno ya no funciona como antes. La gobernabilidad a nivel nacional se ha quebrantado. Los intereses de Puerto Rico se manejan, si es que se atienden, dentro de ese escenario en el cual resulta dificilísimo, cuando no imposible, establecer políticas públicas en defensa del interés general de los propios Estados Unidos.
El calentamiento global amenaza con impactos planetarios devastadores. Como va la cosa, se va a crear un mundo más caliente, más desértico y más mojado. La vida será menos agradable para todos y muy difícil para muchos. Entre estos últimos están aquellos que en Puerto Rico viven cerca del nivel de mar, o en áreas inundables. La transición del uso de combustibles fósiles que generan el calentamiento a la energía renovable en Puerto Rico no tiene calendarización confiable. A nivel internacional se requieren acciones drásticas que no se están tomando para contener el calentamiento. Ya el calentamiento del océano Atlántico le imprimió fuerza de categoría 5 a los vientos del huracán María, causando una ola de destrucción y desolación en Puerto Rico y las Antillas Menores. El azote de María nos reveló que las entrañas de las instituciones gubernamentales como la Autoridad de Energía Eléctrica eran obsoletas e incapaces de vérselas con las exigencias y oportunidades que hoy día surgen a vertiginosa velocidad.
El país intenta levantarse de la devastación que ha dejado María dentro de las tensiones, desavenencias y contradicciones entre el Gobierno electo por el pueblo y la Junta de Supervisión, Gerencia y Estabilidad Económica. El moderador es la Corte de Quiebras. Las operaciones del Gobierno de Puerto Rico y sus principales instrumentalidades se encuentran restringidas por las disposiciones de planes fiscales que regentan los presupuestos y todas las medidas de impacto fiscal y por controles impuestos para el uso de fondos federales de rescate. El gasto público se ha restringido a los servicios esenciales y la infraestructura. Se sigue un procedimiento de quiebra ante el Tribunal Federal para reestructurar las deudas del Gobierno y las instrumentalidades. La columna vertebral del plan fiscal del Gobierno central y del proceso de quiebra la componen los recaudos de la base contributiva que le brinda al país la autonomía fiscal de que goza bajo el Estado Libre Asociado. El proceso durará años hasta que el Gobierno y sus principales instrumentalidades puedan retornar a los mercados financieros.
El partido de gobierno actual pretende un cambio de status que erosionaría la base contributiva de que depende el plan fiscal y el proceso de quiebra. Un cambio de status bajo la reconstrucción post-María, bajo la Junta y bajo la Corte de Quiebras es imposible. La dinámica del cambio de status es una distracción ideológica que solo puede hundirnos más. Ya es hora de superar esta dinámica en el discurso político de modo que se enfoque lo que verdaderamente tenemos que hacer para superar la crisis. Para ello precisa desarrollar políticas públicas de envergadura y utilizar los instrumentos que tenemos que son los instrumentos del Estado Libre Asociado. Mientras más pronto aceptemos esa realidad más efectivos seremos en nuestra gobernanza.
En una buena medida, el estéril debate sobre status ocasiona que ninguno de los partidos que se alternan en el Gobierno llegan al poder con la problemática del país bien estudiada, con ideas y estrategias concretas para resolver los problemas, ni con la gente con los conocimientos y la experiencia para gobernar. El conocimiento es esencial para la gobernanza efectiva. El conocimiento de lo que ha funcionado y lo que no ha funcionado y por qué no ha funcionado. El déficit en la capacidad de gobernar es muy grave porque las estructuras y métodos de gobernación existentes no son adecuadas para los tiempos que estamos viviendo. La adecuada institucionalización y la adecuada formación proveen el servicio de excelencia que a su vez genera la mística del servicio comprometido con el país.
El funcionamiento actual de nuestra democracia no facilita la elección de partidos preparados para gobernar. Los patrones de conducta electoral influidos por valores hedonistas priman las satisfacciones a corto plazo sobre las inversiones de futuro. La política es cada vez más emocional. Una parte del electorado emite su voto por una tradición que lo lleva a identificarse con un partido o un status político. Otra parte, que es la que cambia su voto y decide las elecciones, lo emite por simpatías o antipatías respecto al candidato a la gobernación y sus posturas. Esta percepción se genera principalmente a través de la televisión o las redes sociales mediante campañas que manejan los expertos en mercadeo político, en encuestas, en grupos focales y en el uso de los medios. Los mensajes de campaña electoral tienden al simplismo y a la manipulación, no a la información que necesita el elector para apoyar un proyecto de país. Los veredictos electorales no entrañan un mandato sobre políticas públicas de envergadura, sino una preferencia emocional por las posturas o la persona del candidato a gobernador.
Nuestra democracia se ha convertido en una democracia mediática e irreflexiva, al igual que muchas otras democracias en este mundo que tanto ha cambiado desde que terminé en la gobernación del país. El cambio ha sido dramático. La inmediatez de las comunicaciones que viabiliza la tecnología —Twitter, Facebook, etc .— impone una dinámica de 24 horas de ataques y contraataques sobre los temas sensacionalistas del momento. Los medios electrónicos y las redes sociales no constituyen referente objetivo de la razón y la verdad. Se valora por igual, tanto lo que se dice por uno o por otro, como quién lo dice. En consecuencia, la opinión pública cotidiana no refleja un entendimiento del pueblo sobre los temas importantes y complejos.
Una vez en el poder los políticos, arrastrados hacia lo inmediato, ofrecen lo que les genere el apoyo de los grupos de presión, o un titular en la prensa diaria, o que le sea simpático al cacareo del gallinero mediático o de las redes sociales. Esta gobernanza a base de maniguetazos de grupos de presión o mediáticos y reacciones a los mismos desde el poder, desemboca en una regadera de iniciativas simplistas inconexas para atender problemas múltiples. Al caer en este tipo de gobernanza las democracias contemporáneas —Puerto Rico no es una excepción— pierden el propósito estratégico requerido para llevar a cabo políticas de envergadura. La democracia de grupos de presión o golpes mediáticos y reacciones a los mismos afecta por igual a los dos partidos de gobierno que ha tenido Puerto Rico desde que salí de la gobernación. Ninguno ha planteado, y mucho menos ejecutado, un proyecto de país. Puerto Rico no se levantará sin políticas de envergadura que se apliquen a largo plazo. La Junta de Supervisión Fiscal ha refrenado en buena medida la política pública a base de maniguetazos, pero esto ha sido a costa de una usurpación inaceptable de buena medida de nuestro gobierno propio. En el país se siente el peso de la austeridad y la falta de sentido de dirección gubernamental matizado por los fondos federales para la recuperación con motivo del huracán María.
El plan fiscal ahora propuesto por la Junta para Puerto Rico tampoco plantea un proyecto de país. Tampoco lo hacen los fondos federales que están llegando. El propósito de la Junta es lograr un presupuesto balanceado sustentable y un retorno a los mercados financieros. El propósito de los fondos federales —salvo lo energético— es la recuperación inmediata, no el desarrollo económico sostenible a largo plazo. Un proyecto de país es mucho más que eso. Requiere una voluntad política para llevar a cabo políticas de envergadura de largo plazo que tomen en cuenta las relaciones e interdependencias de lo político, lo económico, lo ambiental, lo social, lo cultural y de los sistemas operantes dentro de estos contextos. Una voluntad política que, partiendo de las realidades de estrechez del Puerto Rico de hoy, instrumente las políticas que nos lleven a reemprender un desarrollo económico sustentable por nuestra fuerza trabajadora, por nuestro ambiente y por la isla que queremos. Una voluntad política que brote de los valores compartidos y profundos del pueblo puertorriqueño para superar el consumo hedonista y asentar la sociedad puertorriqueña sobre la dignidad de cada persona y su identidad, la solidaridad, la igualdad de oportunidades, la justicia social, el trabajo, la cultura y el bien común.
Históricamente, un proyecto de país se fragua en una democracia cuando se conciertan las mayorías electorales para enfrentar la adversidad, el hambre, la injusticia y la desesperanza, como sucedió en Estados Unidos bajo la presidencia de Franklin Delano Roosevelt. Afortunados son los países que en esas circunstancias no sucumben a la demagogia autoritaria y populista porque en ellos brota una generación que siente el hambre y el dolor del pueblo y se entrega de cuerpo y alma para encausar su progreso y reivindicar su justicia. La generación del 40 forjó un proyecto de país que refundó a Puerto Rico sobre bases de progreso y justicia social. Transformó una economía agrícola con pobreza extrema en una pujante economía industrial con movilidad social, oportunidades de trabajo y educación para todos. Creó una nueva sociedad con un sentido de identidad dentro de la diversidad ideológica y confianza en sí misma.
Las presentes generaciones nacieron en esa nueva sociedad. Colectivamente no han sufrido el dolor y la injusticia que motivó a la generación del 40. Viven en el mundo del consumo y del individualismo. A la luz de esa realidad y de la disfunción actual de nuestra democracia mayormente por los cambios tecnológicos, aglutinar las mayorías para forjar un proyecto de país es prácticamente imposible. Pero hay que tratarlo porque nuestro pueblo tiene la capacidad para superarse y a construir una sociedad más acogedora, más humana, más inclusiva con respeto a la dignidad de cada persona y su identidad anclada en la solidaridad, la igualdad de oportunidades, la justicia social, el trabajo, la cultura y el bien común.
Hasta aquí los rasgos principales del escenario mundial, continental e insular en que vivimos los puertorriqueños en estos momentos en que escribo este tercer y último tomo de mis memorias. Gobernar en esta nueva era es una tarea mucho más difícil y más compleja pero en el fondo los problemas son los mismos: levantar la economía para construir la sociedad que queremos. Con la esperanza de que esta narrativa pueda ayudar en algo a la gobernanza de nuestro Puerto Rico, comienzo estas memorias que cubren mis últimos dos mandatos en la gobernación (1985–1992) cumpliendo con la obligación moral de transmitir a las presentes y futuras generaciones las experiencias de mi generación en el manejo de los problemas del país, los éxitos y los fracasos, y las razones para la toma de nuestras decisiones.