Prólogo de "A toda vela" por Pablo José Hernández Rivera

a toda vela

 

 

¡Preordena el libro!

Rafael Hernández Colón falleció el 2 de mayo de 2019. Su secretaria, Lynnette Navarro, conservó el expediente de trabajo del tercer tomo de sus memorias que cubrirían su segunda administración, de 1985 hasta 1992.

Hernández Colón escribía a mano, dictaba y luego revisaba una versión impresa que devolvía para hacer correcciones. Para estas memorias Hernández Colón pudo escribir una introducción y los capítulos sobre su gestión en asuntos de gobierno, desarrollo económico, convivencia democrática, seguridad pública, educación, salud, asuntos sociales, desastres naturales y de los cambios que atravesó su familia. Él dependía mucho de pasados escritos, en ocasiones editando publicaciones anteriores, como hizo con el capítulo que dejó sin terminar del proceso plebiscitario, que en esencia reproduce un artículo que publicó en 1996. El bosquejo de este tomo, que revisó por última vez en enero de 2019, indica que dejó sin escribir los capítulos titulados “Campaña 88”, “Olimpismo”, “Urbanismo y Cultura” y “Despedida”.

El texto y el bosquejo que legó excluyeron temas y subtemas que probablemente él hubiera incluido si hubiera tenido tiempo para revisarlos. Sobresale, por ejemplo, que no escribió sobre su experiencia en el fuego del Dupont Plaza en 1985 pero cubrió los desastres de Mameyes y el huracán Hugo, o su esfuerzo por privatizar la telefónica. Hay temas que quizás no incluyó porque no parecían apropiados grabar para la historia cuando escribió estas memorias entre el 2017 y 2019, pero que cobraron relevancia después, como el plan que elaboró en 1992 para un terremoto catastrófico. De igual forma hay otros temas que pudo haber elaborado en más detalle, como el fallido referéndum de 1991, el cual da la impresión que solo procuraba mencionar brevemente en sus reflexiones sobre el proceso plebiscitario de 1989–1991, que a su vez son recicladas del artículo de 1996. Tampoco habla de sus nombramientos al Tribunal Supremo, que incluyeron la primera mujer, Miriam Naveira, y colaboradores como Víctor M. Pons, José Andreu García, Jaime Fuster y Federico Hernández Denton, a quien le confesó el día de su nombramiento que uno de sus mayores anhelos era ser juez del Tribunal Supremo como lo había sido su padre. Pero estas son sus memorias, y si eso fue lo que él escribió, no me corresponde añadirle más detalle. Como escribió Jaime Benítez sobre los editores de las memorias póstumas de Luis Muñoz Marín: “Hemos trabajado con absoluta lealtad a los textos y a la expresión”.

Según su viuda, Nelsa López Colón, él expresó el deseo de que yo culminara su trabajo. Como no recibí la encomienda de terminar de editar sus memorias directamente de él, no sé si se refería a meramente editar lo que él había escrito o si se extendía a escribir lo que el cáncer no le permitió. Sin embargo para que la historia no fuera inconclusa, decidí escribir una segunda parte a este libro que abordara los capítulos que no escribió, basándome en expresiones y reflexiones que hizo sobre cada tema en columnas, discursos y entrevistas que efectuó durante y posterior a su gobernación. Al tratarse de un esfuerzo de concluir sus memorias, me recuesto de sus expresiones lo más posible. Evito insertar mi criterio o balancear distintas perspectivas; intento narrar para el récord, y al citar extensamente sus palabras sacrifico algunas técnicas de buena redacción. Lo hago porque mi meta es que él sea quien termine de contar su historia.

Por casualidad o misterios del destino, entrevisté a Hernández Colón sobre dos de los cuatro temas que dejó sin escribir. En el 2007, cuando era un estudiante de undécimo grado, mi maestra de Español, Diana Escobar, me pidió que lo entrevistara sobre la ley que declaró el español como único idioma oficial. De esa entrevista pude extraer sus memorias de ese proceso. Casi una década más tarde, en el 2016, lo entrevisté para un documental amateur que filmé y edité sobre el famoso debate entre él y Baltasar Corrada del Río en las elecciones de 1988. De ahí pude sacar sus palabras para la historia tras bastidores, que no dudo sería lo que más personas interesarían leer de sus memorias sobre aquellas elecciones.

Este libro se divide en dos partes. La primera parte son las memorias que pudo escribir. La segunda parte son las memorias inconclusas que redacté. Siguiendo el orden de su bosquejo, la segunda parte de sus memorias comienza con el capítulo de las elecciones; luego procede a narrar su trabajo en olimpismo, urbanismo y cultura y su despedida de la gobernación.

Muchos sostienen que el cuatrienio de 1985–1988 fue el mejor en la historia de Puerto Rico desde los años de Luis Muñoz Marín. “Fue entre 1985 y 1988 que Rafael Hernández Colón hizo historia, porque se dedicó a trabajar por Puerto Rico y obtuvo un crecimiento económico mayor que el de Estados Unidos, cosa que no ocurría desde la década exitosa de 1960”, escribió su secretario de Hacienda, Juan Agosto Alicea. “Probablemente el mejor cuatrienio que tuvo Puerto Rico desde 1964, creciendo a un ritmo económico mejor que los propios Estados Unidos”, coincidió el comentarista Jay Fonseca, décadas más tarde. Como resume en estas memorias Hernández Colón, entre 1985 y 1991 se crearon 240,000 empleos y solo Japón superó a Puerto Rico en crecimiento económico.

Fueron años donde Hernández Colón creció como líder, como señaló Sila M. Calderón, su secretaria de Estado, después que murió el exgobernador en 2019: “El gobernador electo en 1984 fue un hombre diferente del que había triunfado en 1972. Era mucho más fuerte en su carácter y al mismo tiempo, más sensible y considerado en su trato personal”. También fueron años donde cultivó nuevos líderes: su administración produjo dos gobernadores (Calderón y Aníbal Acevedo Vilá), dos alcaldes de San Juan (Héctor Luis Acevedo y Calderón), dos comisionados residentes (Antonio J. Colorado y Acevedo Vilá), un presidente del Senado (Eduardo Bhatia) y legisladores como Roberto Prats.

Su trabajo en materia de status y cultura le ganó elogios hasta de la oposición política. Cuando anunció su retiro en 1992, Fernando Martín del Partido Independentista Puertorriqueño reconoció que Hernández Colón puso el status en issue, defendió la puertorriqueñidad y asumió el riesgo “de que se le acusara de independentista” con “valentía moral que el país tanto necesita”. Después de su muerte, el expresidente del Colegio de Abogados Eduardo Villanueva, independentista, sostuvo que el proceso plebiscitario que Hernández Colón llevó a cabo “[f]ue lo más cerca que estuvimos de alcanzar un plebiscito vinculante”. “No hubo una sola ocasión en que, luego de que llegáramos a un acuerdo, no lo cumpliera”, recordó el presidente del PIP, Rubén Berríos. Hernández Colón siempre insistió que su deseo era ser gobernador por ocho años consecutivos y retirarse en 1992. Al así hacerlo, se le comparó con Luis Muñoz Marín, quien hizo lo propio después de cuatro términos. Luego de retirarse, Hernández Colón imitó a Muñoz y se exilió voluntariamente en Europa, en la isla de Mallorca en España. “Mallorca fue para mí una oportunidad para reflexionar sobre lo que habría de hacer durante la próxima etapa de mi vida”, escribió en 1998. “Esa oportunidad de tomar distancia de lo que ocupaba mis días hasta entonces me permitió esclarecer mis prioridades, sobre todo las espirituales. Centrar la existencia en Dios es el secreto de llevar bien la vida.” Cuando volvió a Puerto Rico en un breve receso durante julio de 1993, se reunió con su amigo, el periodista A. W. Maldonado. ¿Cuál fue la lección principal de sus años en el Gobierno?, le preguntó Maldonado. “Que el Gobierno de Puerto Rico no funciona”, respondió el exgobernador. Sin embargo, nunca en su vida había estado tan feliz, le dijo. Había encontrado el propósito de su vida: servirle a Dios.

Este libro no hubiera sido posible si no fuera por la labor que lleva a cabo el archivo de la Fundación Rafael Hernández Colón, particularmente su director ejecutivo, Víctor Otaño Nieves, Gerardo L. Berríos Martínez y Julio A. González Olán. También hay que agradecer a Lynnette Navarro, la secretaria de Rafael Hernández Colón que conservó el manuscrito de estas memorias, y a José A. Hernández Mayoral, Héctor Luis Acevedo y Juan E. Hernández Mayoral por sus revisiones al texto. Y naturalmente, agradezco a mi abuelo, Rafael Hernández Colón por su trabajo y ejemplo, y por el honor de permitirme culminar esta obra. Confío que si hubiera podido terminarla, él hubiera agradecido al pueblo por la oportunidad de servirle como gobernador y a todos los que trabajaron junto a él durante este período. Creo también que hubiera agradecido a su familia —Lila, Rafa, José, Dora y Juan— por los sacrificios que conllevó su carrera en el servicio público.


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